
Conversaciones necesarias sobre la depresión
Tu salud mental es importante. ¡Aquí está tu manada!
La depresión muchas veces también llamada “la epidemia silenciosa”. Tiene una alta prevalencia y un impacto profundo en la vida de quienes la padecen, es considerada una de las principales causas de discapacidad a nivel global, según la Organización Mundial de la Salud. Aunque puede afectar a cualquier persona, hay un grupo particularmente vulnerable: los jóvenes.
En Panamá, los datos reflejan una realidad preocupante. Según el Ministerio de Salud, entre 2022 y 2023 se registró un aumento significativo del 35% en las consultas relacionadas con salud mental en los centros del país. Y si miramos con más detalle, los cuadros de depresión, ansiedad e incluso ideación suicida han comenzado a presentarse a edades cada vez más tempranas. La Caja de Seguro Social (CSS) ha señalado que muchas de las consultas provienen de adolescentes y jóvenes que atraviesan altos niveles de angustia emocional, sobrecarga académica, falta de redes de apoyo y experiencias de violencia en el entorno cercano.
“No quiero ir más al colegio”, “Siento que nada tiene sentido” o “No tengo energía para nada” son frases que cada vez se escuchan con más frecuencia en los servicios de salud mental. No se trata de exageraciones ni de falta de voluntad: son señales de un sufrimiento real que necesita atención, comprensión y apoyo. Además del aumento en los diagnósticos de depresión y ansiedad, preocupa también el incremento en los intentos de suicidio en población adolescente, lo cual subraya la urgencia de actuar con prevención y sensibilidad.
A pesar de todo esto, aún persisten muchos mitos en torno a la depresión. Uno de los más comunes es creer que “salir de eso” es solo cuestión de actitud o fuerza de voluntad. Este tipo de creencias no solo minimizan el malestar, sino que refuerzan el estigma, haciendo que muchas personas no busquen ayuda por miedo a ser juzgadas o incomprendidas. En el caso de niñas, niños y adolescentes, la depresión no siempre se presenta como en los adultos. Puede aparecer a través de irritabilidad, aislamiento, dificultades para concentrarse o cambios abruptos en el comportamiento. Por eso, la detección temprana y una escucha empática son claves para cambiar el rumbo de muchas historias.
La depresión es mucho más que sentirse triste, se trata de un trastorno del estado de ánimo que puede afectar a cualquier persona, sin importar su edad, situación económica, formación académica o entorno social. Es una experiencia compleja que no solo atraviesa lo emocional, sino que también impacta la manera en que alguien se relaciona con el mundo, consigo mismo y con quienes le rodean.
Puede manifestarse de formas muy distintas según cada caso. A veces aparece como una etapa transitoria relacionada con una situación puntual; otras veces se instala con más profundidad y empieza a teñirlo todo, incluso aquello que antes generaba alegría o motivación.
Desde una mirada integral, se puede hablar de la depresión en tres niveles:
- Como estado: cuando es algo momentáneo, ligado a una circunstancia específica, como una decepción, un conflicto o una pérdida reciente.
- Como respuesta emocional: cuando surge frente a un duelo o una experiencia que marca profundamente y desata un malestar significativo.
- Como trastorno: cuando ese estado de ánimo bajo se vuelve persistente, interfiere con las actividades cotidianas, y afecta el cuerpo, la mente, las relaciones y la forma de habitar el día a día.
No siempre se presenta de forma evidente. En algunas personas puede manifestarse como una tristeza profunda, pero en otras aparece como irritabilidad, cansancio extremo, insomnio, desconexión afectiva o incluso desinterés por todo lo que antes importaba. Por eso, aprender a identificarla y entender su complejidad es un paso clave para ofrecer acompañamiento y cuidado sin juicios.
Aunque se suele decir que las personas estamos diseñadas para buscar la felicidad, disfrutar y conectar con otras de forma empática, hay experiencias que pueden alterar profundamente esa conexión con la vida. Momentos de pérdida, situaciones que nos desbordan, relaciones marcadas por el maltrato o el abandono, e incluso el miedo constante a que algo malo ocurra, pueden ir erosionando la forma en que vemos el mundo, a quienes nos rodean y a nosotros mismos.
A veces, no se trata solo de un evento puntual. La acumulación de heridas no resueltas, duelos mal acompañados o vivencias traumáticas pueden generar una sensación persistente de vacío, desconfianza o desesperanza. Cuando todo eso se instala y comienza a interferir con el deseo, la energía o la capacidad de sentir disfrute, es posible que estemos ante un cuadro depresivo.
La depresión no es una sola, ni tiene una única causa. Es un fenómeno complejo y multicausal, que puede estar influido por factores biológicos, psicológicos, sociales e incluso culturales. No hay una fórmula única. Por eso es importante mirar cada caso con sensibilidad y sin comparaciones.
Existen dos formas principales en las que suele manifestarse:
- Depresión mayor o grave: aparece de forma intensa, a veces de manera repentina, y puede venir acompañada de un sufrimiento profundo, dificultades para realizar actividades cotidianas y pensamientos que hacen perder el sentido de vivir. Muchas personas atraviesan los días con una angustia intensa, especialmente en las mañanas, donde el solo hecho de levantarse se vuelve cuesta arriba. A pesar de que desde afuera parezca que “todo está bien”, por dentro todo se siente gris. Incluso en épocas del año donde se espera alegría, como la primavera o las celebraciones, puede vivirse con más dolor.
- Depresión leve o distimia: no siempre da señales claras. A veces se presenta como un decaimiento sostenido, una pérdida de interés sutil, un cambio en el humor que se extiende con el tiempo. Puede confundirse con el estrés, la ansiedad o simplemente “estar apagado”. Como avanza de forma gradual, quienes rodean a la persona pueden no notarlo enseguida. Es común escuchar frases como “no sé qué me pasa, pero ya no me siento como antes”.
Ambas formas merecen atención. La gravedad no se mide por cuánto se llora, sino por cuánto pesa internamente. Por eso, si algo dentro empieza a desconectarse, si el día a día se vuelve más difícil de sostener o si el disfrute desaparece sin explicación, es importante saber que no estás solo. Pedir ayuda no es rendirse, es reconocer que tu bienestar también importa.
Aunque muchas veces se vive en silencio, la depresión es una de las condiciones de salud mental más frecuentes en el mundo. Se estima que cerca del 4% de la población global está atravesando un cuadro depresivo en este momento. Si imaginamos un grupo de 100 personas, al menos 4 podrían estar enfrentando este tipo de malestar emocional.
No se trata de algo raro ni de un tema lejano. La depresión puede aparecer en cualquier etapa de la vida, y muchas veces pasa desapercibida, especialmente cuando la persona continúa cumpliendo con sus responsabilidades o se muestra como alguien funcional desde afuera.
A nivel global, este trastorno se ha convertido en una de las principales causas de discapacidad. No porque quienes lo padecen no quieran hacer cosas, sino porque el sufrimiento interno termina interfiriendo con la energía, la conexión emocional y la capacidad de disfrutar.
En los últimos años, los casos han aumentado considerablemente, sobre todo en contextos marcados por la incertidumbre, la pérdida o el aislamiento. Pero más allá de las cifras, lo importante es saber que si alguien se siente así, no está solo, no está exagerando y no tiene por qué cargar con culpa. Sentirse así no es debilidad. Es una señal de que algo dentro necesita cuidado, acompañamiento y compasión.
Sí. Aunque cualquiera puede atravesar una depresión en algún momento de su vida, hay personas que, por distintos factores, pueden ser más sensibles o tener un mayor riesgo de desarrollarla.
La historia personal, el entorno, los aprendizajes emocionales, la manera en que se enfrentan los duelos o incluso ciertas condiciones físicas pueden influir. También hay un componente biológico: tener antecedentes familiares de depresión puede aumentar la probabilidad de vivirla en carne propia. Pero eso no lo determina todo.
La adolescencia, por ejemplo, es una etapa especialmente vulnerable. Los cambios hormonales, la construcción de la identidad, las presiones sociales, las comparaciones constantes y la búsqueda de pertenencia pueden generar un cóctel emocional difícil de sostener si no hay acompañamiento, validación y espacios de escucha real.
Por otro lado, muchas personas que han atravesado situaciones dolorosas como pérdidas, violencia, abandono o experiencias traumáticas desarrollan una mayor sensibilidad emocional. Y también hay quienes, sin haber vivido eventos extremos, comienzan a sentir un vacío difícil de explicar. A veces es un cambio hormonal, un medicamento, una transición importante... o simplemente algo que se empieza a mover por dentro sin aviso.
En algunos casos, la autoexigencia sostenida también puede volverse una trampa silenciosa. Aquellas personas que siempre buscan tener todo bajo control o cumplir con un ideal de perfección suelen verse afectadas cuando las cosas no salen como esperan. Ese quiebre puede dar lugar a la tristeza, al malestar y al desconcierto.
Sea cual sea la raíz, lo importante es no minimizar el malestar. Detrás de cada depresión suele haber una pérdida, ya sea algo visible como un trabajo, un vínculo o la salud, o algo más invisible, como una expectativa, una imagen de uno mismo o un sueño que ya no parece posible.
Sí. La depresión no es algo que afecta solo a personas adultas. También puede presentarse en la infancia y la adolescencia, aunque muchas veces no se reconozca a tiempo.
En edades tempranas, este malestar emocional puede disfrazarse de formas que se confunden fácilmente con “etapas” del crecimiento. Cambios bruscos en el humor, aislamiento repentino, irritabilidad, apatía o dificultad para concentrarse suelen ser atribuidos a rebeldía, inmadurez o “cosas de la edad”. Pero detrás puede haber algo más profundo que necesita ser escuchado.
Una de las principales diferencias con la depresión en adultos es que en niños y adolescentes no siempre se expresa como tristeza. A veces se manifiesta con enojo constante, desinterés por lo que antes generaba entusiasmo, alteraciones en el sueño o la alimentación, sensación de inutilidad, culpa o baja autoestima.
Cada persona lo vive a su manera, pero hay algo en común: el cuerpo y las emociones hablan cuando las palabras no alcanzan. Y en niñas, niños y adolescentes, es fundamental que haya adultos disponibles que no minimicen lo que sienten, que no interpreten todo como “llamados de atención” y que acompañen sin juzgar.
Reconocer estas señales no es etiquetar. Es abrir una puerta a tiempo para que quienes todavía están formando su identidad emocional no carguen en silencio con lo que duele por dentro.
La depresión no siempre se presenta de la misma forma en todas las personas. Hay señales que pueden parecer sutiles al principio, pero que hablan de un malestar más profundo que merece ser acompañado. Reconocerlas a tiempo no significa etiquetar, sino abrir espacio para cuidar lo que está doliendo por dentro.
Algunas de las manifestaciones más comunes incluyen:
- Tristeza que se prolonga más de lo habitual
- Sensación constante de vacío o ansiedad
- Irritabilidad, frustración o malestar sin explicación clara
- Falta de energía, cansancio que no mejora con descanso
- Desinterés por cosas que antes generaban alegría o motivación
- Problemas para dormir o dormir en exceso
- Cambios notables en el apetito o en el cuerpo
- Dificultad para concentrarse o recordar
- Pensamientos repetitivos sobre la muerte o la sensación de que nada tiene sentido
- Molestias físicas sin causa aparente: dolor de cabeza, tensión, molestias digestivas
En niñas, niños o adolescentes, estos signos pueden verse de forma distinta. A veces no hay tristeza visible, pero sí aparece la irritabilidad, la apatía, la hiperactividad o la dificultad para manejar la frustración. El comportamiento cambia, y eso ya es una forma de pedir ayuda.
No se trata de buscar síntomas en cada gesto, sino de aprender a escuchar lo que el cuerpo y las emociones comunican cuando las palabras no alcanzan. Si algo te genera duda, si notas que una persona querida se está apagando por dentro o si tú mismo sientes que algo no está bien, consultar con alguien profesional puede marcar la diferencia.
En internet circulan varios cuestionarios que prometen identificar si alguien puede estar atravesando una depresión. Algunos de ellos, como el Inventario de Beck o el Cuestionario de Depresión Infantil (CDI), son herramientas que se utilizan en el campo de la psicología para orientar, no para diagnosticar.
Estos instrumentos funcionan como tamizajes: ayudan a observar cómo se están viviendo aspectos de la vida cotidiana, como el sueño, la energía, el interés en actividades, la motivación o el ánimo en general. Pueden dar una idea inicial de que algo no anda bien y de que es necesario buscar apoyo. Pero nunca sustituyen la mirada de un profesional, porque los resultados dependen de muchos factores y pueden dar falsas alarmas o, por el contrario, pasar por alto un malestar real.
En el caso de niñas, niños o adolescentes, estos cuestionarios también existen y pueden aportar información. Sin embargo, su aplicación y, sobre todo, su interpretación siempre deberían estar acompañadas por alguien capacitado, que entienda el contexto y el momento vital que se está atravesando.
Más allá de lo que marque cualquier test, lo más importante es la escucha y el acompañamiento. Si las señales de malestar persisten o se intensifican, lo fundamental es acercarse a un profesional de la salud mental. Un cuestionario puede ser un primer paso, pero el camino hacia el bienestar siempre se recorre acompañado.
Acompañar a alguien que está pasando por una depresión no es sencillo. No se trata de “sacarlo” del malestar, sino de ofrecer un espacio seguro y constante donde esa persona no tenga que cargar con todo en silencio. El acompañamiento de vínculos cercanos puede marcar una diferencia, siempre que también cuides tus propios límites.
Qué sí ayuda
- Escuchar sin interrumpir, sin presionar y sin juzgar. Frases útiles: “Estoy aquí contigo”, “Lo que sientes importa”, “Gracias por confiar en mí”.
- Validar la experiencia: “Tiene sentido que te sientas así con todo lo que estás viviendo”.
- Facilitar lo práctico: ofrecer compañía para pedir una cita, acompañar a la consulta o ayudar a organizar lo básico del día a día.
- Sugerir, no imponer, ayuda profesional. Si ya hay tratamiento, animar a sostenerlo con paciencia.
- Cuidarte: descansar, compartir la carga con otras personas de confianza y poner límites claros cuando lo necesites.
Qué no ayuda
- Minimizar: “Anímate”, “pon de tu parte”, “hay gente peor que tú”.
- Dar discursos motivacionales o soluciones rápidas.
- Convertirte en “salvador”. Acompañas, no reemplazas a un profesional ni eres responsable de curar a la otra persona.
- Tomarte como algo personal los cambios de humor, el silencio o la falta de energía.
Si no sabes cómo empezar, prueba con esto
- “He notado que estás distinto. ¿Quieres que conversemos un rato? Puedo escucharte.”
- “Si te sirve, puedo ayudarte a agendar una cita o acompañarte. No tienes que hacerlo solo.”
- “¿Qué te haría un poco más llevadero hoy? Puedo apoyarte con algo concreto.”
Señales de alerta que requieren actuar hoy
- Habla de morir, de no querer seguir, o se despide.
- Planifica cómo hacerse daño o tiene acceso a medios para hacerlo.
- Consumo de sustancias junto con desesperanza intensa.
En cualquiera de estos casos, no lo dejes solo y busca ayuda inmediata. En Panamá, puedes llamar a Línea 147 (MIDES), disponible 24/7 y gratuita; también tienen atención por WhatsApp 6694-2747. Para emergencias con riesgo inminente, llama al 911 (SUME).
Uno de los riesgos más graves cuando alguien atraviesa una depresión es que aparezcan pensamientos sobre no querer seguir viviendo. No siempre se expresan abiertamente, pero eso no significa que no estén presentes. A veces, cuando el dolor se vuelve demasiado intenso o todo parece sin salida, esa idea aparece como una forma de escape.
En adolescentes, este tipo de pensamientos puede surgir de manera silenciosa y es fácil que pase desapercibido. Por eso, cuando hay sospechas, lo mejor es hablar sin rodeos, pero con mucho cuidado emocional. Una forma de hacerlo podría ser:
“A veces, cuando nos sentimos muy mal, no tenemos ganas de vivir y podemos pensar en la muerte. ¿Te ha pasado? Si te ha pasado, ¿llegaste a pensar cómo lo harías?”
Si la respuesta es afirmativa, lo recomendable es no dejar pasar el momento y buscar ayuda profesional de forma inmediata. Abrir ese espacio de conversación no resuelve el problema por sí solo, pero puede ser el primer paso para que esa persona no lo enfrente en soledad.
Buscar ayuda no es rendirse, tampoco es un paso exagerado. Es una forma de reconocer que lo que se está sintiendo pesa más de lo habitual, que ya no se puede sostener como antes, y que hacer algo al respecto también es una forma de cuidarse.
En muchos casos, lo que marca la diferencia no es cuánto duele, sino cuánto tiempo llevamos sintiéndonos así sin poder salir de ese estado. Cuando la tristeza persiste, cuando se pierde el interés por todo lo que antes importaba, cuando levantarse o compartir con otros se vuelve una carga, ese puede ser el momento de buscar acompañamiento profesional.
En el caso de niñas, niños o adolescentes, puede ser difícil saber cuándo actuar. A veces quienes están cerca intentan hacer lo posible con lo que tienen, pero también es válido detenerse y preguntarse si realmente se cuenta con las herramientas para ayudar o si ya no alcanza. Lo que no ayuda es mirar hacia otro lado esperando que pase solo, porque muchas veces no pasa, y ese silencio puede transformarse en sufrimiento más profundo.
Si hay resistencia a recibir ayuda, puede plantearse desde un lugar de cuidado. No como una obligación, sino como una posibilidad. Así como cuando algo no está bien en el cuerpo buscamos apoyo para entender qué sucede, también es válido hacer lo mismo cuando lo que duele está por dentro.
A pesar de toda la información que circula, todavía hay muchas ideas equivocadas sobre la depresión que confunden, generan culpa y hacen que muchas personas no se animen a buscar ayuda a tiempo. Estos mitos no solo desinforman, también invisibilizan el sufrimiento real de quienes lo están atravesando.
Uno de los mitos más frecuentes es pensar que la depresión es algo poco común, cuando en realidad es mucho más habitual de lo que se cree. Puede aparecer en cualquier momento de la vida, sin importar la edad, el contexto o la historia personal. No se trata de algo que solo le ocurre a ciertas personas. Le puede pasar a cualquiera.
También persiste la creencia de que niñas, niños y adolescentes no se deprimen, como si la infancia estuviera libre de dolor emocional profundo. Lo cierto es que muchas veces, en esas etapas, la depresión no se manifiesta como tristeza, sino como irritabilidad, aislamiento o desinterés, y por eso puede pasar desapercibida. Detectarla a tiempo en edades tempranas es clave para evitar que se vuelva un malestar silencioso que acompañe durante años.
Otro mito muy dañino es creer que no se puede salir de una depresión. La verdad es que existen tratamientos eficaces y estrategias de acompañamiento que pueden aliviar significativamente el malestar. Con el apoyo adecuado, muchas personas logran atravesarla y reconstruir su bienestar emocional.
También es común confundir depresión con tristeza. Aunque pueden parecer similares, no son lo mismo. La tristeza suele tener una causa clara y, con el tiempo, disminuye. La depresión, en cambio, es un estado más profundo y sostenido que afecta muchas áreas de la vida al mismo tiempo: lo emocional, lo físico, lo mental y lo relacional.
Y uno de los mitos más dañinos es creer que se sale solo, con voluntad. Frases como “pon de tu parte”, “salí a caminar” o “mira todo lo que tienes” pueden hacer mucho daño, porque no reconocen la magnitud del malestar. La depresión no se elige, y salir de ella no depende solo de tener ganas. Lo que más necesita una persona en ese momento es ser escuchada sin juicio, acompañada con respeto y orientada a buscar ayuda profesional.
Si estás atravesando una depresión, o acompañando a alguien que la vive, saber a dónde acudir puede marcar una gran diferencia. No estás solo. En Panamá existen espacios seguros para recibir orientación y apoyo profesional sin juicio.
Estas son algunas opciones:
- Línea 147 del MIDES
Brinda atención emocional gratuita, confidencial y disponible todos los días, a cualquier hora. También puedes escribir por WhatsApp al 6694-2747 si prefieres no hablar por teléfono. - SUME 911
Si hay riesgo inminente o pensamientos de autolesión, se puede llamar al 911. Este servicio activa equipos capacitados para responder ante emergencias de salud mental. - Clínicas psicológicas universitarias
Muchas universidades en Panamá ofrecen atención psicológica a bajo costo o gratuita, incluyendo a niñas, niños, adolescentes y personas adultas. Algunas incluso cuentan con horarios flexibles y atención virtual. - Centros del Ministerio de Salud y de la Caja de Seguro Social
En varios policentros y policlínicas del país hay atención psicológica, psiquiátrica y orientación social. Puedes preguntar directamente en el centro de salud más cercano o a través del área de trabajo social.
Además de estas opciones, existe un directorio actualizado con información completa de instituciones públicas, privadas y comunitarias que brindan atención psicológica en la provincia de Panamá. Puedes descargarlo directamente aquí:
Directorio de Atención Psicológica – Provincia de Panamá (septiembre 2024)