La salud mental en Panamá


En Panamá se habla cada vez más de salud mental
, pero muchas veces da la sensación de que el sistema todavía no llega a donde más se necesita. Hay normas, líneas de atención y equipos que acompañan a distancia; incluso se hacen consultas públicas para escuchar lo que piensa la juventud. Aun así, cuando alguien busca ayuda, la experiencia cambia según el lugar, la institución o la puerta por la que se entra. Este post es una invitación a mirar con calma lo que ya tenemos, lo que aún falta y cómo podríamos transformar las buenas intenciones en resultados que se sientan en la vida real.

En los últimos años, Panamá ha dado pasos importantes en salud mental. La aprobación de la Ley 364 de 2023 marcó un avance clave al reconocer la salud mental como un derecho para todas las personas y garantizar una atención accesible y libre de discriminación. Esta norma promueve el bienestar emocional en los entornos de estudio y trabajo, impulsa la prevención del suicidio y exige que cada institución cuente con personal capacitado para atender estos temas. Su reglamento, aprobado en 2024, permite que empiece a aplicarse con mayor claridad y alcance.

A esta legislación se suma la Ley 174 de 2020, que establece cómo actuar ante situaciones de riesgo suicida y protege a quienes atraviesan una crisis. En el plano práctico, el Ministerio de Salud mantiene un programa nacional, la Caja de Seguro Social ha ampliado la teleconsulta, y el MIDES sostiene la Línea 147, un servicio gratuito y permanente que se ha convertido en una puerta de apoyo en momentos difíciles. Además, la Consulta Nacional de Salud Mental para jóvenes de 10 a 24 años muestra la intención de tomar decisiones basadas en lo que las personas realmente viven y necesitan.

Entre septiembre de 2024 y abril de 2025, más de 3,500 personas recibieron acompañamiento profesional a través de la Línea 147 del MIDES, un servicio gratuito y confidencial disponible todos los días, las 24 horas. De acuerdo con los reportes oficiales, la provincia de Panamá concentró la mayor cantidad de atenciones (1,480), seguida por Panamá Oeste (667) y Chiriquí (199). Los motivos más frecuentes de llamada fueron la necesidad de escucha, orientación en salud mental, ansiedad, tristeza o crisis emocionales. Estos datos muestran que el sistema ya está siendo utilizado por miles de personas y que representa una fuente valiosa de información para fortalecer la respuesta pública y comunitaria.

Sin embargo, detrás de estas cifras también se refleja una realidad que preocupa. Panamá enfrenta un aumento constante en los trastornos mentales desde la pandemia. En algunos sitios se estima un crecimiento del 25 % en casos de ansiedad y depresión. Incluso se han documentado episodios de depresión o crisis emocionales en niños de 10 u 11 años. Este alza revela no solo una demanda creciente, sino una urgencia de fortalecer las rutas de atención, prevención y seguimiento para que nadie se quede sin acompañamiento.

A pesar de estos avances, todavía existe una brecha entre lo que está escrito y lo que realmente ocurre en la práctica. Hace falta contar con información pública y actualizada sobre cuántas personas están siendo atendidas, cuánto se espera por una cita, si la persona llega al servicio indicado, si hay seguimiento después y si hay suficiente personal en cada provincia. También es importante incorporar de forma más constante herramientas sencillas de evaluación en la atención primaria, como el PHQ-9, el GAD-7 o el SRQ-20, que ayudan a tener una primera idea del estado emocional de una persona. El PHQ-9 permite identificar síntomas de depresión, el GAD-7 mide los niveles de ansiedad y el SRQ-20, creado por la Organización Mundial de la Salud, sirve para detectar señales tempranas de malestar psicológico. No son pruebas diagnósticas, pero sí una forma accesible y confiable de orientar el acompañamiento desde el inicio. Además, se necesita una comunicación clara y constante que explique a la población dónde acudir, qué esperar y cómo continuar el proceso de atención sin perderse en el camino.

Para avanzar, hace falta diálogo entre quienes diseñan las políticas y quienes las ponen en práctica. Escuchar a quienes trabajan en centros de salud o en líneas de atención puede revelar obstáculos que no aparecen en los informes. También sería clave que las instituciones compartan lo que están aprendiendo en el terreno y que los compromisos se traduzcan en acciones visibles. No se trata de señalar errores, sino de crear un circuito de comunicación que permita mejorar sin esperar a la próxima crisis.

Las soluciones no dependen solo de nuevas leyes o tecnologías, sino de cómo se ponen en práctica. Priorizar lo que ya existe, dar continuidad a los programas que funcionan y hacer visibles los resultados puede marcar una gran diferencia. La salud mental necesita coherencia entre instituciones, seguimiento constante y una comunicación abierta con la ciudadanía. Lo que realmente transforma un sistema no son los anuncios, sino la capacidad de sostener los compromisos y corregir el rumbo cuando algo no está funcionando.

Si hoy tú, un amigo o un familiar cercano necesita hablar con alguien, puedes comunicarte con la Línea 147, disponible las 24 horas, todos los días, de forma gratuita y confidencial. Allí recibirás orientación emocional y, si es necesario, te conectarán con servicios especializados. Si existe riesgo para la vida por ejemplo, ideas suicidas, autolesiones o crisis severas, lo más adecuado es acudir de inmediato a los servicios de urgencias del hospital o centro de salud más cercano. Para atención programada, puedes solicitar una cita en centros de salud o policlínicas del MINSA o la CSS, y preguntar por opciones de teleconsulta o seguimiento psicológico en tu área. Cuando la información se comparte de forma clara, sin tecnicismos y con empatía, más personas pueden reconocer a tiempo que pedir ayuda es también una forma de cuidarse.

Este tema también necesita tu voz. Quienes trabajan en salud o educación pueden ayudar a que la conversación sobre bienestar emocional no se quede en campañas, sino que se traduzca en acompañamiento real. Las redes comunitarias pueden compartir recursos, escuchar sin juicios y apoyar a quienes atraviesan momentos difíciles. Y la juventud, participar activamente en espacios de consulta y proponer ideas que reflejen lo que viven día a día.

Cerrar la brecha entre lo que se promete y lo que se vive no requiere empezar de cero, sino comprometerse a hacer las cosas mejor: escuchar, medir, corregir y sostener lo que funciona. Cuando un país se toma en serio ese compromiso, la salud mental deja de ser un tema pendiente y se convierte en una realidad que acompaña a tiempo.


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