
Después de explorar los primeros 10 mitos más comunes en psicología popular, seguimos con esta segunda entrega para seguir desmontando ideas que, aunque parecen ciertas, no siempre están respaldadas por la evidencia. La mente humana es compleja, y entenderla implica cuestionar lo que nos han contado, lo que vemos en películas o leemos en redes. Esta serie busca justamente eso: ofrecer una mirada clara, y sin adornos a las creencias más difundidas sobre el comportamiento, los sueños, la memoria, el aprendizaje y mucho más. Porque a veces, lo que suena lógico… no necesariamente es verdad.
Mito 1: “Las personas suelen reprimir recuerdos traumáticos”
Se suele creer que, tras vivir algo muy doloroso, la mente “bloquea” ese recuerdo para protegernos, y que solo más adelante quizás en terapia o bajo hipnosis podemos recordarlo. Esta idea está muy presente en películas y libros de autoayuda, pero la ciencia no la respalda del todo. La mayoría de estudios muestra que los traumas no se olvidan tan fácilmente. Al contrario: suelen quedarse muy presentes, a veces incluso de forma intrusiva, como en los casos de flashbacks. Y cuando alguien no menciona un hecho traumático, no siempre es porque lo haya reprimido: puede ser que no quiera hablar de eso, que esté confundido o que simplemente no lo relacione con el trauma todavía. Además, muchas veces los recuerdos “recuperados” después de años resultan ser imprecisos o directamente falsos, especialmente si se obtienen con técnicas como hipnosis o preguntas dirigidas. Incluso se han documentado casos de personas convencidas de haber sido víctimas de cultos satánicos o de abducciones alienígenas… sin evidencia real de que eso haya ocurrido. Esto no significa que todos los recuerdos tardíos sean falsos. Pero sí nos recuerda algo importante: un recuerdo vívido no siempre es garantía de que algo ocurrió exactamente así. Por eso, antes de darlo por cierto, es clave tener pruebas que lo confirmen.Mito 2 : “Las personas con amnesia olvidan por completo quiénes son”
Las películas suelen mostrar la amnesia como si alguien perdiera toda su identidad tras un golpe en la cabeza: no recuerda su nombre, su pasado, ni a las personas cercanas. Pero esa idea no se parece mucho a la realidad. En la mayoría de los casos reales, el problema no es olvidar el pasado (amnesia retrógrada), sino tener dificultad para crear recuerdos nuevos (amnesia anterógrada). Un ejemplo famoso es el caso de H.M., un hombre que no podía retener nada de lo que vivía, aunque recordaba su pasado. Leían revistas una y otra vez como si fueran nuevas, y no reconocía a personas conocidas si no las veía constantemente. Casos en los que alguien olvida por completo quién es, como si su mente quedara en blanco, son extremadamente raros. Y cuando ocurren, suelen estar más ligados a factores psicológicos intensos (como traumas) que a golpes físicos. Incluso en esos casos, algunos expertos dudan de que se trate de verdadera amnesia y no de una simulación consciente o inconsciente. También es falso que un segundo golpe en la cabeza pueda “curar” la amnesia, como a veces se ve en caricaturas o comedias románticas. En realidad, un segundo golpe puede empeorar el daño. Y salir de un coma sin recordar nada pero actuando con total normalidad tampoco ocurre en la vida real: quienes pasan por eso suelen tener otras secuelas cognitivas importantes. En resumen: la amnesia real no es como la de las películas. No se trata de olvidar toda una vida y empezar de cero. La ciencia tiene claro que los recuerdos y la identidad no desaparecen tan fácilmente, ni se recuperan con un golpe.Mito 3: “Los tests de CI están diseñados para discriminar a ciertos grupos”
Durante años se ha dicho que los tests de inteligencia están sesgados contra personas de ciertos grupos, como mujeres o minorías étnicas. La idea parece lógica: si dos grupos obtienen puntajes distintos, el test debe estar diseñado para favorecer a uno. Pero eso no es necesariamente cierto. La ciencia ha demostrado que, en general, estos tests no están “amañados”. De hecho, predicen con bastante precisión el rendimiento académico y laboral, sin favorecer sistemáticamente a un grupo sobre otro. Diferencias en los resultados no implican por sí solas que el test sea injusto. Es como decir que una balanza está rota porque marca diferentes pesos para personas distintas. Lo importante es si el test mide lo que dice medir con la misma precisión para todos. Si dos grupos sacan puntajes distintos pero también tienen rendimientos distintos en la vida real, el test está siendo justo. El problema aparecería si el test da puntajes distintos, pero ambos grupos tienen el mismo desempeño: ahí sí habría sesgo. Hay preguntas específicas dentro de los tests que pueden parecer injustas, pero al analizarlas en conjunto, esas diferencias tienden a equilibrarse. Además, comités de expertos han revisado estas pruebas y concluyeron que, en general, no son tendenciosas. Eso sí: que el test no esté sesgado no significa que no existan desigualdades reales. Las diferencias de puntaje entre grupos pueden reflejar desigualdad de oportunidades, acceso a educación o discriminación estructural. Culpar al test sin mirar esos factores es quedarse con la superficie del problema.Mito 4: “No cambies tu respuesta en un test, tu primera intuición siempre es la correcta”
Hay una creencia común en los exámenes de opción múltiple: que lo mejor es dejar la primera respuesta que se elige, incluso si no se está seguro. La idea es que cambiarla puede hacer que se cometa un error. Sin embargo, muchos estudios han encontrado que, en general, cuando las personas cambian sus respuestas, tienden a mejorar su puntuación. Es más probable que cambien una respuesta incorrecta por una correcta que al revés. Esto no significa que sea útil cambiar por impulso, pero sí que pensar dos veces puede tener buenos resultados. Parte de la confusión sobre este tema podría deberse a cómo recordamos los errores. Un fallo que ocurrió después de cambiar una respuesta puede sentirse más frustrante, lo que hace que se recuerde con más fuerza que un cambio que resultó positivo. Esa experiencia emocional puede reforzar la idea de que es mejor no tocar nada. También puede influir la falsa seguridad: a veces creemos haber respondido mejor de lo que en realidad hicimos, lo que lleva a pensar que cambiar sería perder algo. En lugar de guiarse por la primera corazonada, lo recomendable es hacer ajustes solo si hay una buena razón. A veces, leer una pregunta con más calma, encontrar una pista más adelante en el examen o simplemente repensar lo que se sabe, puede llevar a una respuesta más acertada. No se trata de desconfiar de uno mismo, sino de estar abiertos a revisar lo que se piensa cuando surgen nuevas señales. En resumen, la primera intuición no siempre es la mejor, y cambiar de opinión, si hay motivos para hacerlo, puede jugar a favor.Mito 5: “Las personas con dislexia ven las letras al revés”
Una de las ideas más arraigadas sobre la dislexia es que quienes la presentan confunden el orden de las letras o las ven al revés. Esta imagen ha sido reforzada por chistes, representaciones en películas y hasta afirmaciones de figuras públicas, pero no refleja con precisión lo que este trastorno implica. La dislexia es una dificultad específica del aprendizaje que afecta la forma en que se procesa el lenguaje escrito, sin que esto tenga relación directa con la inteligencia. De hecho, muchas personas con dislexia tienen un nivel intelectual alto, pero enfrentan desafíos para leer con fluidez o identificar palabras impresas. Aunque algunas personas con dislexia pueden cometer errores como invertir letras o confundir el orden de las sílabas, este tipo de equivocaciones también es común en niños pequeños que están empezando a leer, tengan o no un diagnóstico. A medida que crecen, estos errores tienden a desaparecer en la mayoría de los casos, aunque en niños con dislexia suelen mantenerse por más tiempo. La evidencia más sólida apunta a que la dislexia está relacionada con dificultades para identificar y manipular los sonidos del lenguaje, conocidos como fonemas. Esta dificultad interfiere con la lectura porque impide reconocer palabras con facilidad, lo que también puede afectar la escritura y la comprensión. Además, en muchos casos, existe un componente genético que contribuye al desarrollo de esta condición. A pesar de las múltiples investigaciones que han aclarado su naturaleza, la idea errónea de que la dislexia se define por ver las letras al revés sigue presente en el imaginario colectivo. Esta confusión no solo desinforma, sino que puede generar estigmas innecesarios. Entender qué es realmente la dislexia permite reconocer los desafíos que enfrentan quienes la viven y también apoyar de forma más efectiva su aprendizaje.Mito 6: “La memoria funciona como una grabadora que guarda todo con precisión”
Solemos pensar que la memoria funciona como una cámara que graba todo tal como ocurrió. Que si recordamos algo con seguridad, debe ser verdad. Pero no es así. La memoria no es un archivo perfecto, sino una historia que se reconstruye cada vez que la recordamos. Seguro te ha pasado: revives una situación con alguien y sus versiones no coinciden. Uno dice que fue divertida, otro que fue incómoda. No es mentira, es que cada cerebro organiza el recuerdo de forma distinta, influido por emociones, creencias y hasta cosas que nos contaron. Y mientras más confiamos en un recuerdo, más difícil es cuestionarlo. Esto puede ser un problema real, como en juicios donde se cree ciegamente en testimonios que pueden estar distorsionados sin que la persona lo sepa. De hecho, la psicóloga Elizabeth Loftus demostró que es posible implantar recuerdos falsos. En un experimento, logró que un adolescente recordara con detalles cómo se perdió en un centro comercial de pequeño… aunque jamás ocurrió. En resumen: la memoria no es un video guardado en el cerebro, sino una historia en constante cambio. Comprender esto no significa desconfiar de lo que recordamos, sino saber que incluso los recuerdos más nítidos pueden estar moldeados por más cosas de las que imaginamos.Mito 7: “Los sueños tienen un significado simbólico universal”
Muchas personas creen que los sueños encierran mensajes ocultos que se pueden descifrar con la ayuda de diccionarios oníricos o guías simbólicas. Esta idea se ha popularizado a través de libros o medios de comunicación, donde soñar con ciertos objetos o situaciones se interpreta como una señal sobre la vida personal o el futuro. Gran parte de esta creencia se originó en las teorías de Freud, quien propuso que los sueños son una vía para acceder al inconsciente y que los deseos reprimidos se expresan a través de símbolos disfrazados. Aunque esta mirada influyó profundamente en el psicoanálisis, la investigación contemporánea no respalda la idea de que los sueños tengan significados simbólicos universales. De hecho, muchos sueños no contienen símbolos ni metáforas complejas, sino que reflejan preocupaciones cotidianas, emociones recientes o experiencias del día anterior. Durante la fase REM, el cerebro produce imágenes intensas y a veces extrañas, pero esto se debe más a la actividad aleatoria de ciertas áreas cerebrales y a la desactivación temporal de las regiones encargadas del pensamiento lógico, que a un intento de transmitir mensajes ocultos. La teoría de la activación-síntesis, por ejemplo, plantea que los sueños son el resultado de la actividad cerebral mientras dormimos, y que el cerebro intenta darles sentido organizando fragmentos sin un propósito simbólico. Aunque es cierto que nuestros sueños pueden estar influidos por lo que vivimos o sentimos, eso no significa que tengan un lenguaje secreto que debamos traducir.Mito 8: “Cada estudiante aprende mejor si se le enseña según su estilo de aprendizaje”
Es común escuchar que el aprendizaje mejora cuando el estilo de enseñanza se adapta al estilo de aprendizaje del estudiante. Esta idea, tan difundida como atractiva, parte de una intuición razonable: no todas las personas aprenden de la misma forma, y quizás podríamos mejorar los resultados si la enseñanza se ajustara a cada perfil. Esta noción ha dado lugar a tests que prometen decirnos si somos aprendices visuales, auditivos, kinestésicos, reflexivos o pragmáticos, y a una industria entera de libros, cursos y talleres que enseñan a los docentes a adaptar sus métodos a esos estilos. Sin embargo, cuando se revisa la evidencia disponible, la situación es mucho menos clara. Para empezar, no existe una definición única ni consistente de lo que se entiende por “estilo de aprendizaje”. Hay más de 70 modelos distintos y muchos de ellos se contradicen entre sí. Tampoco hay instrumentos de medición suficientemente válidos y confiables para identificar esos estilos de forma precisa. Algunos estudios han mostrado que las personas no necesariamente aprenden mejor cuando se les enseña usando el canal que supuestamente prefieren. Por ejemplo, un estudiante clasificado como visual no mejora su rendimiento solo porque se le presenten los contenidos con imágenes. Lo que sí parece influir es el tipo de contenido: ciertas habilidades se enseñan mejor con determinados métodos, independientemente del estilo individual. Además, se ha observado que algunos métodos de enseñanza dan buenos resultados con la mayoría de los estudiantes, sin necesidad de personalizarlos. A pesar de esto, muchos docentes siguen creyendo que adaptar el método al estilo de cada persona mejora el aprendizaje. El problema no es que esta idea sea dañina por sí sola, sino que puede limitar el desarrollo de habilidades complementarias. Si un estudiante se considera “visual”, por ejemplo, puede evitar trabajar con el lenguaje oral o escrito, dejando de fortalecer esas áreas. En lugar de encasillar a las personas, es más útil asumir que todos tenemos formas diversas de aprender, y que podemos ampliar ese repertorio con el tiempo. Lo realmente efectivo es ofrecer experiencias de aprendizaje variadas, que permitan activar distintas capacidades según la situación. La buena enseñanza no se basa en etiquetar estilos, sino en diseñar estrategias flexibles y adaptativas que despierten el interés, el pensamiento y la comprensión, más allá de las preferencias iniciales.Mito 9: “La hipnosis es un trance totalmente distinto al estado de vigilia
Durante mucho tiempo se ha creído que la hipnosis es un estado especial y distinto de conciencia, una especie de trance profundo donde las personas pierden la voluntad o se desconectan de la realidad. Esta idea se ha reforzado por su representación en medios de comunicación y espectáculos públicos, donde parece que alguien bajo hipnosis actúa sin control propio. Sin embargo, las investigaciones muestran que no es necesario entrar en un estado mental diferente para que la hipnosis funcione. Las personas hipnotizadas no están dormidas ni ajenas a lo que ocurre a su alrededor. Permanecen despiertas, atentas y pueden rechazar cualquier sugerencia que no quieran seguir. De hecho, muchos de los efectos que se asocian a la hipnosis, como la reducción del dolor o ciertas alucinaciones, también pueden lograrse mediante sugestión sin mencionar siquiera la palabra hipnosis. Además, no se han encontrado cambios cerebrales específicos que indiquen la existencia de un estado mental separado del de vigilia. La hipnosis, más que un estado distinto, es un proceso que aumenta la receptividad a las sugerencias cuando la persona está motivada, concentrada y abierta a participar. Los espectáculos escénicos, por otro lado, suelen elegir previamente a quienes responden mejor a instrucciones y fomentan comportamientos llamativos que refuerzan la idea de que la hipnosis implica perder el control, cuando en realidad se trata de un acto voluntario. En resumen, la hipnosis no transforma a las personas en autómatas ni las lleva a un estado mental desconocido. Es una herramienta que puede ser útil en ciertos contextos, pero no funciona porque se acceda a un tipo de conciencia especial, sino por la disposición y las expectativas de quien la experimenta.Mito 10: “La hipnosis sirve para recuperar recuerdos olvidados”
Durante años se ha creído que la hipnosis es como una llave mágica que permite desbloquear recuerdos ocultos en la mente. Pero la evidencia muestra otra realidad: la hipnosis no solo no mejora la memoria, sino que puede crear recuerdos falsos con una seguridad que resulta peligrosa. Se han registrado casos judiciales donde personas afirmaron recordar traumas o crímenes bajo hipnosis… y esos recuerdos resultaron ser inexactos o directamente inventados. La psicóloga Elizabeth Loftus, pionera en este tema, demostró que es posible implantar recuerdos que nunca ocurrieron, como haber sido secuestrado o perdido de niño. Esto no significa que la gente mienta, sino que la hipnosis puede hacer que alguien recuerde con total convicción algo que nunca pasó. Y eso puede tener consecuencias graves, especialmente en tribunales o procesos terapéuticos. Aunque la hipnosis puede ser útil en otros contextos (como para aliviar dolor o tratar hábitos), no es fiable como herramienta para recuperar recuerdos. La memoria es frágil y moldeable, y bajo hipnosis… aún más.Estos diez mitos muestran lo fácil que es creer en ideas que suenan lógicas, pero que no siempre se sostienen cuando se mira la evidencia. No se trata de desconfiar de todo, sino de aprender a hacer preguntas, revisar lo que damos por hecho y entender mejor cómo funciona la mente.
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