
Por eso decidí crear esta miniserie en cinco partes, donde cada artículo explora diez mitos muy conocidos sobre cómo pensamos, sentimos o nos relacionamos. No solo los vamos a desmentir, también vamos a entender por qué suenan tan convincentes y qué dice realmente la evidencia científica. Esta serie está pensada para quienes sienten curiosidad y quieren cuestionar lo que siempre escucharon como verdad.
Mito 1: La adolescencia siempre es una etapa de caos emocional
Frases como “es que está en la edad” o “ya entró en la adolescencia” se usan para justificar casi cualquier cambio de humor, rebeldía o conflicto familiar. Pero ¿de verdad es inevitable que la adolescencia sea una etapa de tormenta emocional?. La idea de que todos los adolescentes pasan por una especie de crisis interna viene de hace más de un siglo. Psicólogos como G. Stanley Hall y Anna Freud popularizaron la noción de que, si alguien pasa por la adolescencia sin dramas, eso es lo raro. Incluso hubo quienes pensaron que no tener confusión emocional en esa etapa era una señal de futuros problemas. Y sí, muchos libros, películas y series alimentan esta imagen. Los medios suelen enfocarse en historias de jóvenes con conflictos intensos, es lo que más vende y lo que más recordamos. Pero eso no significa que sea la norma. Es cierto que en la adolescencia pueden aparecer discusiones familiares, cambios de humor o actitudes impulsivas. Sin embargo, no todas las personas jóvenes atraviesan crisis intensas. Muchos mantienen relaciones estables con su entorno y transitan esta etapa con relativa calma. Cuando hay emociones muy intensas o conflictos profundos, a veces también influyen otras experiencias previas, como malestares emocionales o dinámicas familiares complejas. Entonces, ¿por qué este mito sigue tan vivo? Porque se repite tanto en la cultura popular que termina pareciendo una verdad. Y aunque parezca inofensivo, puede ser dañino. Pensar que todo adolescente debe pasar por una “fase complicada” puede hacer que se ignoren señales reales de que alguien necesita ayuda. No todo cambio de humor es una simple etapa, y no todo sufrimiento debe tratarse como algo pasajero. En resumen: la adolescencia no tiene que ser una época de caos. Puede ser un momento de crecimiento, descubrimiento y conexión… si se acompaña con atención, respeto y apoyo genuino.Mito 2: La mayoría atraviesa una crisis cuando llega a los 40 (o después de los 50)
La idea está por todas partes: que al llegar a los 40 o 50 se viene una especie de terremoto interno. De repente, todo se pone en duda. Hay quienes se cambian el color de cabello, hacen maratones, se mudan de ciudad o dejan trabajos estables por proyectos que suenan más auténticos. Y sí, eso a veces pasa… pero no es una ley de la vida. Este mito de la “crisis de la mediana edad” se hizo popular en los años 60, cuando el psicoanalista Elliott Jaques propuso el término “crisis de la madurez”. Desde entonces, películas, series, libros y revistas han reforzado la idea de que en cierto punto todo se desordena: los protagonistas lo cuestionan todo, se sienten atrapados, buscan emociones nuevas o tratan de “recuperar su juventud”. Incluso hay industrias enteras que ofrecen cursos, retiros o terapias para atravesar esta supuesta etapa. Pero no todas las personas llegan a esa edad sintiendo que su mundo se derrumba. Al contrario, muchas se sienten más seguras, más claras, menos dispuestas a cumplir expectativas ajenas. A veces el cambio no es crisis: es madurez. Lo que sí es cierto es que vivimos en una cultura que adora ponerle nombre a todo y buscar explicaciones en el cuerpo o la edad, cuando a veces solo estamos necesitando tiempo, dirección o nuevos comienzos. No hace falta tener 50 para cuestionarse la vida… ni tampoco hacerlo desde el caos.Mito 3: La vejez se asocia generalmente con una mayor insatisfacción y senilidad
Cuando se piensa en la vejez, muchas veces lo primero que aparece es una imagen estereotipada: alguien solitario, gruñón, confundido o desconectado del mundo. El cine, las noticias y hasta los dibujos animados han alimentado esa idea durante décadas, con todo este refuerzo visual y cultural, no me sorprende que muchas personas asocien envejecer con perder valor o volverse irrelevante. Pero esta idea está muy lejos de la realidad. Muchas personas mayores llevan vidas activas, conectadas, llenas de sentido y proyectos. No todas se sienten tristes, ni aisladas, ni desconectadas. Al contrario, hay quienes experimentan más calma, más claridad y menos presión por cumplir expectativas ajenas. La capacidad para aprender, adaptarse a lo nuevo o explorar lo desconocido no desaparece con los años. Hay personas mayores que usan celulares, redes sociales o herramientas digitales con soltura, no porque sean una excepción, sino porque el aprendizaje nunca se detiene cuando hay interés y oportunidades. ¿Y la memoria? Sí, puede haber olvidos puntuales o despistes como a cualquier edad, pero eso no significa que exista un deterioro serio. Muchas personas mayores conservan su agilidad mental, e incluso desarrollan habilidades nuevas o alcanzan niveles de creatividad que antes no se habían permitido explorar. Lo que realmente puede afectar en la vejez no es la edad en sí, sino el aislamiento, el dolor crónico, alguna enfermedad o las pérdidas emocionales. Mantenerse conectado, cuidar el cuerpo, moverse, tener rutinas, proyectos, vínculos y espacios para compartir… todo eso suma al bienestar, sin importar la edad. Envejecer no es apagarse. Es una etapa que puede estar llena de libertad, sabiduría y posibilidades. La imagen gris y triste de la vejez no solo es falsa: es injusta. Y cuanto antes dejemos de creerla, mejor nos vamos a preparar para vivirla con dignidad y plenitud.Mito 4: Al morir, todas las personas pasan por las mismas cinco etapas emocionales
Negación, ira, negociación, tristeza, aceptación. Estas cinco palabras, conocidas como el modelo DABDA (denial, anger, bargaining, depression, and acceptance), se han convertido en una especie de manual emocional sobre cómo se supone que alguien debería enfrentarse a la muerte o al duelo. La idea se popularizó gracias a Elisabeth Kübler-Ross, una psiquiatra que en los años 60 propuso este esquema basado en su experiencia con personas en fase terminal. Con el tiempo, este modelo no solo se enseñó en universidades y hospitales, sino que se volvió parte del imaginario colectivo. Películas, series, libros e incluso memes lo han reproducido hasta el cansancio. Pero ¿realmente todas las personas mueren o enfrentan la pérdida siguiendo esa secuencia? La verdad es que no. Estudios más recientes han mostrado que el proceso emocional ante la muerte o el duelo no sigue una única ruta. Algunas personas pueden atravesar esas cinco etapas, sí, pero otras no. Hay quienes aceptan su diagnóstico desde el inicio, o quienes no sienten tristeza profunda, o quienes van y vienen entre emociones sin seguir ningún orden. Hay personas que incluso nunca llegan a aceptar del todo una pérdida, y no por eso están mal. El problema de creer que todas las personas deben pasar por esas etapas es que puede generar presión. Alguien que no siente "lo que se supone que debería sentir" puede terminar cuestionándose o sintiéndose fuera de lugar. Y eso, en momentos tan delicados como el final de la vida o el duelo, puede resultar más dañino que útil. No hay un modo correcto de morir ni de vivir el dolor de una pérdida. No hay fases obligatorias ni un cronograma emocional que garantice que “vas bien”. La muerte, como la vida, es un proceso profundamente personal. Cada quien lo enfrenta con las herramientas que tiene, con su historia, su contexto, sus creencias. Por eso, aunque el modelo de Kübler-Ross ayudó a visibilizar la dimensión emocional del morir, no podemos tomarlo como una regla fija. Sirve como una guía posible, no como una receta obligatoria. Así que si alguna vez te toca acompañar a alguien en el final de su vida o transitar un duelo profundo, recuerda esto: no hay una forma "correcta" de sentir. Lo importante no es pasar por ciertas etapas, sino poder vivir ese momento de forma auténtica, sin juicios, con respeto y compasión.Mito 5: ¿Los mensajes subliminales pueden manipular las decisiones de compra?
Durante años se ha dicho que los mensajes subliminales pueden convencer a una persona de comprar algo sin darse cuenta. Desde supuestas palabras ocultas en anuncios o canciones al revés, hasta audios y videos que prometen mejorar la autoestima sin que uno lo note, todo en formato moderno: podcast, YouTube, audiolibros. La idea suena intrigante, pero ¿qué tan cierto es? Parece sacado de una película de ciencia ficción, pero mucha gente lo cree. ¿Es cierto? No, aunque el mito tiene una historia curiosa. Todo empezó con un publicista llamado James Vicary, que en los años 50 afirmó haber mostrado, durante una película, mensajes como “bebe coca cola” o “come palomitas” por fracciones de segundo. Según él, eso disparó las ventas. ¿El problema? nunca lo comprobó, nadie pudo replicarlo, y años después confesó que se lo inventó para salvar su empresa. Aun así, el mito ya estaba instalado. Desde entonces, se han vendido audios “subliminales” que prometen desde adelgazar hasta tener más memoria. Y sí, en laboratorios muy controlados, se ha comprobado que ciertos estímulos apenas perceptibles pueden influir levemente en tareas muy específicas, como completar una palabra o hacer una evaluación rápida. Pero estos efectos son temporales, sutiles y muy limitados. No hacen que alguien compre algo sin darse cuenta ni que mejore mágicamente su vida. El problema es que muchas de estas promesas se basan en una visión antigua del inconsciente, como si fuera un lugar oscuro donde todo lo que entra sin filtro se convierte en una orden. Pero la ciencia moderna ya no respalda esa idea, sin embargo las personas notan una mejora porque creen que algo las está ayudando: un efecto placebo. Incluso cuando se han hecho experimentos reales, como uno en Canadá que mostró cientos de veces el mensaje “llama ahora” durante un programa de TV, no hubo ningún cambio en el comportamiento del público. Lo mismo con estudios sobre canciones “satánicas” al revés o comerciales con palabras ocultas. Nada de eso se sostiene científicamente. Así que, por más que suene intrigante, no hay pruebas de que los mensajes subliminales puedan manipular decisiones importantes, cambiar emociones profundas o hacer milagros. Y como dijo un experto en publicidad: si ya cuesta captar la atención con anuncios visibles, ¿qué sentido tendría esconder el mensaje?Mito 6: La percepción extrasensorial (PES) es un fenómeno científicamente comprobado
Antes de entrar en este mito, vale la pena aclarar primero: ¿qué significa eso de percepción extrasensorial? Básicamente, se refiere a la idea de que una persona puede obtener información sin usar los sentidos. O sea, saber cosas sin ver, escuchar, oler, tocar ni probar. Dentro de la PES entran cosas como la telepatía (leer la mente), la clarividencia (ver cosas ocultas o lejanas), y la precognición (predecir el futuro). Suena interesante, ¿no? Lo cierto es que mucha gente cree en esto. Desde quienes consultan a médiums para saber qué va a pasar en su vida, hasta quienes sueñan con alguien y al día siguiente reciben su llamada. Es fácil pensar que hay algo más allá de lo racional. Incluso hay quienes sienten que tienen “intuiciones” tan certeras que deben tener una explicación mágica. Pero cuando la ciencia ha intentado poner a prueba la PES, las cosas cambian. Se han hecho estudios durante más de 150 años, se han usado cartas, meditaciones, salas controladas, pelotas de ping pong para bloquear estímulos visuales… y aunque algunos experimentos han mostrado resultados levemente por encima del azar, otros no han podido replicarlos. De hecho, cuando los estudios se hacen con más control, los resultados suelen caer dentro de lo esperable por simple casualidad. ¿Por qué tanta gente sigue creyendo en la PES entonces? Hay varias razones. A veces, las coincidencias nos impactan tanto que parecen señales. Soñar con alguien y recibir su mensaje al día siguiente puede sentirse como algo imposible de explicar, aunque en realidad, las coincidencias ocurren más seguido de lo que creemos. Además, muchas veces recordamos solo lo que encaja con nuestras creencias y olvidamos lo que no. También influye lo que consumimos: películas, series, libros, redes sociales. Nos muestran la PES como algo cotidiano y especial. Y claro, eso alimenta la idea de que es real. Pero hasta ahora, no existe evidencia científica sólida que confirme la existencia de habilidades psíquicas. Si alguien ofrece cambiar tu vida con “dones extrasensoriales”, conviene poner los pies en la tierra. El deseo de encontrar respuestas mágicas no debería reemplazar el valor de cuestionar, observar y buscar evidencia.Mito 7: ¿Escuchar a Mozart vuelve más inteligente a un bebé?
A lo largo de los años, se ha repetido una idea con fuerza: que ponerle música de Mozart a un bebé incluso dentro del útero puede mejorar su inteligencia. La llaman “el efecto Mozart”. ¿De dónde salió esto? De un estudio de 1993 que mostraba que estudiantes universitarios rendían un poco mejor en una prueba espacial después de escuchar una sonata por diez minutos. Pero ese pequeño hallazgo fue malinterpretado, exagerado y convertido en una industria millonaria. El estudio no hablaba de bebés ni de inteligencia en general. Solo mostraba un cambio leve, inmediato y temporal en una tarea específica. A pesar de eso, empezaron a venderse CDs, juguetes y productos para recién nacidos prometiendo que escuchar música clásica los haría más listos. Gobiernos llegaron a regalar discos de Mozart a las familias. Incluso entrenadores deportivos usaron esa música en los entrenamientos. Pero cuando otros investigadores intentaron repetir el experimento, no obtuvieron los mismos resultados. Y los pocos efectos que encontraron eran tan pequeños que desaparecían en una hora. ¿La razón? No era Mozart. Era el estado de ánimo. Escuchar algo que motiva o despierta puede hacer que una persona rinda mejor… como también lo haría una historia emocionante o una buena taza de café. No se trata de magia, sino de activación momentánea. Investigaciones muestra que los niños aprenden más jugando o interactuando con otras personas que viendo o escuchando materiales pasivos. Lo importante no es encontrar atajos para acelerar el desarrollo, sino acompañarlo. Como decía Vigotsky, el aprendizaje se da mejor cuando el entorno acompaña lo que la mente está lista para aprender, no antes. Ningún estímulo por sí solo puede hacer que un niño aprenda algo para lo que aún no está preparado. La música clásica puede ser hermosa, inspiradora y culturalmente valiosa. Compartirla con los más pequeños puede ser una experiencia enriquecedora.Mito 8: ¿Existen personas de hemisferio derecho y otras de hemisferio izquierdo?
Seguro has escuchado esta idea: que si una persona es más lógica y estructurada, usa el lado izquierdo del cerebro, y si es más creativa o intuitiva, usa el derecho. Incluso hay libros, cursos y dispositivos que prometen “activar” el hemisferio creativo para liberar todo el potencial. Pero la verdad es que esto no funciona así. El cerebro sí tiene dos hemisferios, y cada uno participa en algunas funciones de forma más activa. Por ejemplo, el izquierdo suele intervenir más en el lenguaje, y el derecho en lo visual o espacial. Pero eso no significa que trabajen por separado. En realidad, están conectados y colaboran todo el tiempo. No existe una división de personalidad cerebral. Ninguna persona usa solo un lado del cerebro. Este mito se originó por estudios en personas que pasaron por una cirugía extrema, donde se separan ambos hemisferios para tratar epilepsia severa. En esos casos sí se vieron diferencias marcadas. Pero en un cerebro normal, los dos lados trabajan en equipo constantemente. Aun así, la idea de tener un “cerebro lógico” o un “cerebro creativo” se volvió popular, sobre todo en la industria del desarrollo personal. El problema es que simplifica en exceso algo mucho más complejo. Y muchas veces se usa para vender fórmulas mágicas que no tienen base científica. El cerebro no necesita que se “active” un lado olvidado. Lo que necesita es práctica, intención y descansosMito 9: Al mirar algo, ¿sale algo de los ojos?
Puede sonar extraño al principio, pero muchas personas creen consciente o inconscientemente que al mirar algo, nuestros ojos emiten algún tipo de rayos o energía, esta creencia tiene nombre: se llama teoría de la extramisión, y aunque no tiene base científica, sigue estando muy presente incluso en estudiantes universitarios. Históricamente, esta idea viene desde Platón y Euclides, quienes pensaban que la visión ocurría gracias a un tipo de fuego o rayos que salían del ojo y se mezclaban con la luz. Y aunque Aristóteles lo cuestionó, la idea se mantuvo viva durante siglos. Frases como “me miró con rayos láser” o “sentí su mirada clavada” refuerzan esa creencia sin que lo notemos. Incluso hay experimentos donde se ha demostrado que muchas personas, al dibujar cómo creen que funciona la visión, colocan flechas saliendo de los ojos. También se han hecho estudios sobre esa sensación de “alguien me está mirando”, y aunque es muy común, no significa que se emita energía desde los ojos. Lo más probable es que el cerebro esté captando señales sutiles del entorno o simplemente esté reaccionando a una coincidencia. La ciencia ha explicado que ver no es emitir, sino recibir. La luz entra en los ojos, se enfoca en la retina, y de ahí el cerebro interpreta la imagen. No hay partículas que salgan ni rayos secretos. Aun así, estas ideas persisten por varias razones: desde fosfenos (esas lucecitas que vemos al frotarnos los ojos), hasta lo que vemos en la cultura popular como los rayos X de Supermán o los ojos brillantes de los gatos en la oscuridad. Desaprender una creencia tan instalada no es fácil. Incluso tomar clases sobre percepción visual no siempre cambia esa idea. Pero cuando se explica no solo cómo funcionan los ojos, sino cómo no funcionan, algunas personas comienzan a cuestionarlo y es ahí donde empieza el verdadero aprendizaje.Mito 10: ¿Solo usamos el 10% del cerebro?
Hay ideas que suenan tan motivadoras que cuesta soltarlas, aunque sean falsas. Este mito el de que solo usamos el 10% del cerebro ha sobrevivido durante décadas porque se presenta como una promesa: la de un potencial oculto esperando a ser activado. Ha sido repetido en libros de autoayuda, anuncios publicitarios, discursos de gurús espirituales y hasta atribuido falsamente a figuras como Einstein. Pero la realidad es otra. La neurociencia ha demostrado que no existen zonas “dormidas” en el cerebro. Al contrario, incluso las tareas más simples activan redes distribuidas por todo el sistema cerebral. El cerebro, a pesar de representar apenas un 2-3% del peso corporal, consume más del 20% del oxígeno del cuerpo. Este nivel de demanda energética no tendría sentido si se usara tan poco. Además, las consecuencias de una lesión cerebral, incluso menor al 90%, son generalmente severas. Tecnologías como la resonancia magnética han confirmado que todas las áreas del cerebro muestran actividad, y que no hay regiones “vacías” esperando ser encendidas. Parte del origen de esta idea se remonta a una frase malinterpretada de William James sobre el potencial humano, que fue simplificada y vendida como una supuesta verdad neurológica. Por ejemplo, hay quienes confunden términos técnicos como “corteza silenciosa” (una forma antigua de referirse a áreas que no respondían claramente a estímulos en experimentos) o el papel de las células gliales, que a simple vista parecen “de relleno”, pero en realidad son esenciales: ayudan a mantener en buen estado las neuronas, limpian desechos, facilitan conexiones y hasta participan en la comunicación entre células. En otras palabras, hacen de soporte y de puente para que todo funcione bien. Pensar que el 90% del cerebro está apagado no solo es falso, también ignora todo ese trabajo invisible que ocurre segundo a segundo. La ciencia lo ha dicho claro: usamos el 100% del cerebro, aunque no todo al mismo tiempo. Y aunque queda mucho por descubrir, eso no significa que tengamos una mente secreta sin usar, sino que lo que tenemos ya es suficientemente asombroso.
¿Y ahora qué sigue? Estos fueron solo los primeros diez mitos. Diez ideas que, aunque repetidas hasta el cansancio, no resisten el peso de la evidencia cuando las miramos con atención. Pero esto apenas empieza. A lo largo de esta miniserie vamos a seguir desmenuzando otras 40 creencias populares que rondan por conversaciones, redes, libros de autoayuda y hasta aulas universitarias. Vamos a cuestionar con respeto, sin burlas, pero también sin miedo a decir: “esto no es tan cierto como parece”.
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